ROYAN, 1950s
by Elena Roig Cardona
El 5 de marzo de 1945 mil quinientas toneladas de bombas cayeron sobre la ciudad francesa de Royan, a unos 120 km al norte de Burdeos, dejando el centro de la ciudad completamente devastado.
Era la segunda vez que la ciudad sufría una destrucción que podría haberla hecho desaparecer. La primera tuvo lugar en 1631, periodo de fuertes enfrentamientos entre católicos y protestantes, cuando Richelieu mandó destruir completamente la ciudad, una destrucción que, no obstante, no consiguió eliminar la ciudad de la geografía francesa.
Pequeño puerto de pesca de la costa atlántica, Royan se impuso a todo intento de disipación al aferrarse a su posición geográfica estratégica, la entrada al estuario del Gironda, pues eran sus habitantes los encargados de conducir las embarcaciones a través de los bancos de arena del estuario.
Con la revelación de los beneficios del agua de mar, el aire libre y el sol a principios del siglo XIX y la revolución turística y urbanística que ésta conllevó a finales de ese mismo siglo, Royan fue redescubierto y resaltado en el mapa cartográfico francés ya no tanto como lugar estratégico militar, sino como punto turístico incondicional a visitar. La moda de bañadores a rayas, cremas solares y toallas convirtió al pequeño puerto pesquero en el primer centro turístico francés de la Belle Époque, rivalizando en la misma costa atlántica con ciudades como Biarritz y Arcachon.
El desarrollo turístico que sufrió Royan envolvió esta pequeña población de un número desorbitado de segundas residencias para una burguesía parisina y bordelesa que tanto ansiaba mostrarse por las playas de la costa atlántica. Entre 1880 y 1930 se construyeron unas 500 villas, una verdadera exposición de arquitectura privada que reflejaba bien el gusto de la época: un eclecticismo que mezclaba sin complejos una amplia gama de estilos, desde los irrenunciables elementos coloniales, fiel reflejo de las conquistas del exotismo de las culturas más lejanas, pasando por un Art Nouveau que se resistía a evanescerse, sin por supuesto desdeñar el gusto por lo regional.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial cambió de nuevo el destino de Royan. Su posición geográfica le jugó de nuevo una mala pasada y la ciudad fue ocupada por las tropas alemanas en 1940. Los 5.000 soldados germanos que todavía quedaban en Royan en 1944, no obstante, resistieron aun tras la llegada de las tropas aliadas.
El 5 de enero de 1945, a las 4h y 5h de la mañana, dos oleadas de bombardeos de la Royal Air Force dejaron caer sobre Royan 1500 toneladas de bombas. El 14 y 15 de abril cayeron de nuevo más de 10.000 toneladas de bombas y 800.000 litros de napalm. La ciudad fue liberada dos días después al precio de 500 muertos, otros tantos heridos y el 95% del centro de la ciudad devastado.
Dos años fueron necesarios para limpiar la ciudad de los escombros y restos de la guerra. El escenario catastrófico, no obstante, dejó campo abierto para poner a prueba las ideas y teorías soñadas a principios de siglo y recogidas muchas de ellas en el Esprit Nouveau. En junio de 1945 se designó al arquitecto bordelés Claude Ferret como responsable del plan de urbanismo y de su coordinación. Ferret se rodeó de un equipo de trabajo que se componía de arquitectos, ingenieros, artistas e intelectuales que, con las ideas de los CIAM en mente, no dudaron en imprimir una voluntad de modernidad y de renovación al trabajo que se les había encomendado.
Aunque la primera etapa de reconstrucción se inscribió en la continuidad de lo ya construido en los años 30, el azar de la historia hizo que, en 1947, un número de la revista Architecture Aujourd’hui presentase a toda página el nuevo barrio de Pampulha (Brasil), obra de Oscar Niemeyer. El equipo de Claude Ferret no dudó en inspirarse fuertemente de este estilo y Royan tomó, desde ese momento, un aire fresco, moderno y desenfadado que le valdría el nombre de “nueva Brasilia”.
El éxito de la nueva Royan se basó en dos hechos. El primero en el grupo de trabajo, un conjunto de profesionales que compartía ideas modernas y pasión creadora y que quiso centrarse en el modelo de Pampulha para reorganizar y reconstruir la ciudad. El segundo fue la buena coordinación tanto del proyecto, como de su ejecución. Ferret formó diferentes grupos de trabajo que actuaron en distintas zonas de la ciudad. La coordinación de ideas y profesionales fue tal que la ciudad tomó un aire homogéneo sorprendente y gratamente agradable.
La pequeña “nueva Brasilia” recogió los ideales del Movimiento Moderno, empezando por el abandono del urbanismo tradicional, muy anclado en el tiempo y la historia, organizando la ciudad en torno a las nuevas necesidades del siglo XX: la vida familiar, el trabajo, pero especialmente el tiempo de ocio. El ascenso de la clase media, las nuevas condiciones de trabajo y la consecuente invención de las vacaciones y los fines de semana, así como las nuevas necesidades sociales, llevaron a una reorientación y reorganización de la ciudad, con una visión, además, más global, así como con unas perspectivas de crecimiento a medio y largo plazo importantes.
No obstante, y aun con todo esto en mente, el nuevo plan urbanístico no dejó de lado la ordenación de la ciudad en torno a tres elementos importantes: el mercado, la iglesia y el ayuntamiento. Por otra parte, si bien las premisas del Movimiento Moderno estuvieron bien presentes durante la elaboración del nuevo plan urbanístico, el equipo de trabajo de Ferret supo concederse ciertas licencias respecto a sus dictados, incluyendo ya rasgos del organicismo que empezaba a rezumar en el campo de la arquitectura. Las líneas curvas que se inscriben y que recogen en parte la geografía natural de las playas de Royan son un claro ejemplo.
El resultado final fue excepcional y lo sigue siendo aun hoy en día. Pasearse por Royan es una evasión espacio-temporal. Espacial por cuanto que es un tipo de arquitectura que no sueles encontrar en un país como Francia, donde el movimiento moderno, a la excepción de Le Corbusier, no tuvo mucha impronta. Temporal por el sello años 50 que ha quedado fraguado de manera tan asombrosa en prácticamente toda la ciudad. Visitar Royan es como perderse en un plató de cine en el que en cualquier momento pueden aparecer, desde cualquier esquina, Jeanne Moreau, Jacques Demy o Audrey Hepburn.
Ejemplos significativos de la arquitectura que se construyó durante la reconstrucción de la ciudad hay infinitos en todo Royan y se podría hablar de todas y cada una de las casas y edificios de viviendas. Sin embargo, hay tres ejemplos que son ineludibles, entre otras cosas por su carácter de edificio público: el mercado central, la iglesia de Notre-Dame y el Centro de Congresos, este último un ejemplo extraordinario de arquitectura del Movimiento Moderno.
El Mercado es una concha de hormigón armado de 8 mm de espesor, obra del arquitecto e ingeniero Sarger. La elegancia de esta arquitectura no llega a la perfección de las obras de Félix Candela, aunque el interior alcanza unas proporciones y una calidez perfectas para perderse despreocupadamente entre coles, fresas, canónigos y patatas.
La Iglesia de Notre-Dame, construida entre 1954 y 1958 por el arquitecto Guillaume Gillet y los ingenieros Lafaille y Sarger, es un claro ejemplo del brutalismo de los años 50. En ella se despliegan sin ambages las posibilidades plásticas que ofrece el hormigón, con un resultado final bastante digno, aunque excesivamente rígido desde mi punto de vista. Yo destacaría, si acaso, el control que se hace en este edificio de la luz, una luz que entra de manera sesgada y que impacta en el visitante por lo inusual, desacostumbrado y excepcional de encontrarse en un espacio donde la iluminación natural parece que aparece desde los mimos pliegues del hormigón.
El final de la Segunda Guerra Mundial dejó en la misma situación que Royan a un número considerable de ciudades. Mientas algunas de ellas, como la ciudad alemana de Colonia, fueron reconstruidas de manera mimética, el equipo de Ferret no dudó en mirar hacia adelante y reconstruir Royan desde las ideas y teorías que habían estado gestándose desde los años 20 en el mundo del arte y la arquitectura.
El éxito de Royan, pues, fue no sólo la elección y el trabajo desplegado por el arquitecto Claude Ferret y su equipo, sino también -y especialmente- la convicción que mantuvieron de ir hacia adelante, de aventurarse en la búsqueda de algo nuevo.
El compromiso que asumieron nos permite disfrutar hoy de una pequeña gran ciudad como Roya, una joya urbanística pero especialmente arquitectónica que os invito encarecidamente a visitar.